Así que he empezado a ir dos tardes en semana a una escuela que hay por cerca de casa; para que me anime también han puesto a mi amigo Kevin en clase, vamos juntos y así nos divertimos más.
A tocar nos enseña el maestro Domingo. Es un señor que nos hace reír, porque es algo despistado y es distinto a los demás maestros que tenemos. Lleva una pipa en la boca, que casi siempre se le apaga, y es inventor, como una extraña guitarra que hizo que tiene pico y tres agujeros.
Nos cuenta también historias de cuando estaba en Venezuela, aunque a veces son tan largas que perdemos el hilo y ya no sabemos de qué nos está hablando, si de velocidad o de tocino.
El otro día Kevin le hizo una pregunta que lo dejó patidifuso: “Domingo, ¿qué es el arte?” Y Domingo nos miraba de arriba a abajo como pensando “y cómo les explico yo a estos dos guanajos”, pero aun así lo intentó:
“Kevin, toda expresión es fruto de una impresión...” y por ahí empezó ese hombre a hablar, sin exagerar como unos treinta y siete minutos. Decía cosas rarííísimas, como “mecenazgo renacentista” y “oropeles decimonónicos”, y todo para concluir:
“Así que, amigo Kevin, ¿lo has entendido?”, pero definitivamente no estaba preparado para la respuesta: “Sí, pero eso no es el arte”.
Contrariado, el maestro preguntó: “Y entonces, ¿qué es arte?, por fin Kevin, que ya no aguantaba: “helarte es morirte de frío... ¡ja! ¡ja! ¡ja!”
Basado en hechos reales
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