El otro día mi amiga Amanita me preguntó que si yo soñaba en colores. “¡Claro!”, le dije. Por lo visto no es muy normal, pero a mí me pasa a menudo.
Por ejemplo, siempre recuerdo un sueño que me gustó mucho, y que más o menos era así: “Estábamos en el campo, y vivíamos en un pueblo, y eramos todos cosas: yo era un afilador, y mi amiga Amanita era una goma, y eramos amigos de un lápiz que se llamaba Lámix. Era muy simpático y siempre estaba bromeando, pero había gente en el pueblo que le tenía manía, sobre todo un grupo de grapadoras que siempre estaban cuchicheando y echándole las culpas a Lámix de todo lo malo que pasaba.
Un día de abril empezó a llover, pero el agua que caía no era como siempre, ¡sino de colores! Nosotros nos pusimos muy contentos, pero la gente se enfadó, porque toda la ropa tendida se había quedado teñida de colores. Sobre todo las grapadoras, que enseguida corrieron a acusar delante de todo el pueblo a nuestro amigo Lámix. Decían que con la mina que tenía en su cabeza había pintado las nubes y que por eso había llovido de colores y se había estropeado toda la ropa.
La gente creyó a las grapadoras, y se enfadó mucho con Lámix, y ya lo iban a echar del pueblo cuando de pronto aparecía el alcalde, que era un pincel y dijo “¡quietos todos! ¡no acuséis injustamente al amigo Lámix! ¡He sido yo el que por la noche he teñido los charcos, que luego se han evaporado y han hecho nubes de colores que luego han descargado esa lluvia que ha dado esos bonitos colores a vuestra ropa!¡cómo podéis quejaros, con lo bellos que son!” El pueblo escuchó atento, y se convenció de lo bonito que eran los colores, y desde entonces en abril el alcalde siempre tiñó los charcos, y siempre llovió de colores y siempre
esta lluvia fue bien agradecida.”
(Basado en un cuento de la niña Rebeca Ramos)
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