Lo que menos me gusta de
las vacaciones es después de comer. Durante las clases, cuando acabo el
almuerzo vienen las extraescolares, yo estoy en ajedrez, y en fútbol, y
entonces no me aburro. Pero en verano es distinto.
Nosotros veraneamos
en una casita de dos pisos, que empezaron mis abuelos y terminaron mis
padres, cerca del mar. Almorzamos siempre todos juntos, mis padres y
también mi tía Cantarela, y es divertido, porque nunca lo hacemos en
todo el año, quitando en navidad.
Mi comida preferida es el arroz a
la cubana, me gusta tanto que a veces los granos de arroz se me van por
el camino viejo y me atraganto, o hasta me han llegado a salir por la
nariz y vuelven al plato y a mi madre no le gusta eso.
Después de comer
me aburro, aunque a mis padres les encanta. Será porque al ser todos
setas (y más mi padre, que como es seta de cardo es medio estirado, mi
madre, humilde champiñona, se lo recuerda siempre) les encanta lo de no
moverse, ya lo decía mi tío Níscalo ‘el Díscolo’, que lo mejor para la
calor es estarse quietecito. Entonces se espatarran en el sofá y se
quedan dormidos viendo cualquier cosa en la tele, ¿cómo pueden?
No
entiendo la siesta. Por fin mi madre abre un ojo, y le digo que voy a
jugar con la pelota, y ella que no que no, que me puede dar una
insolación y una bajona, y yo le digo que no hace tanto sol, pero
entonces viene la cosa indiscutible y es que hay que esperar a hacer la
digestión:"¡Hasta las cinco no sales de casa!".
Y yo sé que no hay más
que hablar, a ver en qué me entretengo, menos mal que hoy, en lo que les
cuento esto, se me ha pasado el rato y ya es la hora, así que me voy
corriendo, que me están esperando, a tirarme al agua de cabeza.
Micelio Muscario redactor jefe de El Chikiplán
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